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Entre la superstición y los lujos: cómo vivía María Félix en su residencia de Polanco

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Era 1966 y “La Doña”, que tenía entonces 52 años, impactó al periodista Vicente Leñero por su ostentoso estilo de vida, pero también por su característica personalidad

Rodeada por trajes de diseñador, libros, joyas, piezas de plata y oro, grandes espejos, muebles Meissen, encajes valencianos, obras de arte y alguno que otro regalo de sus admiradores, María Félix habló -como pocas veces- de su infancia, su ascenso a la fama e incluso se mostró como una mujer supersticiosa.

El periodista Vicente Leñero pudo no solo platicar con “La Doña”, sino entrar a la casa de la estrella de la Época de Oro en 1966.

“Frenos en los dientes desde niñas y tablillas en la espalda para que camináramos derechitas: ‘cambréate, niña, cambréate’, me decía mi madre que me enseñó a andar siempre erguida y con gracia. Les pedía a las monjas de las escuela que nos vigilaran si habíamos llegado o no con los famosos tirantes en la espalda. ¡Yo le debo tanto!”, recordó María Félix en la charla que fue recopilada en el volumen 100 Entrevistas, 100 personajes.


María de los Ángeles Félix Güereña nació en Sonora el 8 de abril de 1914 dentro una familia con los suficientes recursos para criar a 11 hijos. “La Doña” siempre estuvo agradecida con su madre, con quien vivió hasta el último de sus días, pero también la culpa de haberse formado como una mujer “difícil”. A su exigencia, egolatría y educación agradecía posicionarse como la mujer que representaba a las mexicanas en el mundo.

Este jueves se celebran los 114 años del nacimiento de María Félix, también conocida como “La Doña”, mismo día en que se cumplen 19 años de su muerte, y a pesar de ello sigue siendo uno de los íconos de la Época de Oro del Cine Mexicano por su belleza y fuerte personalidad.


Divorciada y con su hijo arrebatado, se mudó a la Ciudad de México y trabajó -por muy poco tiempo- como recepcionista de un cirujano plástico, hasta que debutó en la pantalla grande con El Peñón de las Ánimas (1943), misma película de donde surgió el mote “La Doña” y la lanzó a la fama.

María Félix vivió su mejor época en una casa en Polanco, la cual compartía con su hijo y su mamá. Vicente Leñero describió la residencia de Félix como un hogar lleno de lujos, en cada esquina se reflejaban las ganancias que fue acumulando gracias al cine.


Describió en su publicación aquellas habitaciones que Félix le permitió ver: “Su célebre cama de plata diseñada por Diego Rivera, con los exquisitos e increíbles encajes valencianos confeccionados a mano [...] su baño de mármoles negros. El boudoir: nuevas repisas, nuevos estanteros henchidos con porcelanas de la primera firma mundial de porcelanas: Jacob Petit, el célebre artista de principios del siglo XIX”.

Félix decía que el arte era su vicio, la razón por la cual no podía aburrirse, además de sus pláticas diarias consigo misma para reflexionar.

“Cuando era niña, me acuerdo, tenía unas postales de la Capilla Sixtina: me fascinaban los murales de Miguel Ángel. Y la primera vez que fui a Roma corrí a admirar las maravillas. No pude decir nada. Me quedé así, sin moverme, y de pronto empecé a sentir que me estaban escurriendo las lágrimas... tamaños lagrimones y yo sin poder decir nada”.


María Félix le pidió titular a su entrevista “¿Por qué María Félix no se aburre?”, porque ella podía pasar horas admirando cada detalle de su casa, enamorada de ésta casi tanto como de “María”, aquella otra persona con la que compartía su cuerpo.

Leñero la describió como graciosamente “supersticiosa”, pues no sólo había aprendido a escucharse a sí misma, a la otra María, gracias a un amigo hindú, sino que también creía en la magia y leía la publicación Planeta, una revista francesa que hablaba de brujería, religión, astros, fantasía y ciencia ficción.

“La Doña” inspiró a artistas, cantantes, escritores como Octavio Paz. Le encantaba ser llamada al otro lado del mundo para poder ser vestida por diseñadores franceses e italianos. Incluso fue nominada como una de las mujeres mejor vestidas del mundo. “Llego a París y me paso horas con Marc Bohan, el Dior, viendo qué vestido me tiene especialmente para mí, qué zapatos”, recordaba.

 


El 8 de abril de 2002, desde temprano recibió llamadas de aquellas celebridades, que también eran sus admiradores, querían regalarle por su cumpleaños 88 algún nuevo mueble lujoso, dedicarle una nueva canción, una pintura. Sus asistentes domésticos -o colaboradores, como ella los llamaba- no lograron comunicarla con nadie. “Sigue dormida”.

Era extraño. “La Doña” se despertaba por muy tarde a las 8 AM. En realidad, María Félix falleció a la 1 AM por una insuficiencia cardiaca, pero sus colaboradores lo notaron hasta las 10, cuando decidieron revisar qué sucedía.

María Félix heredó sus bienes a su asistente Luis Martínez de Anda. Él afirmó que fue heredero universal, pero la casa de París y su colección de joyas, ella las vendió en vida, ya tenían su lugar para cuando ella falleciera. La casa en que murió, la de Polanco, se convirtió en departamentos y la de Cuernavaca, se vendió. Todos los muebles, pinturas, colecciones y vestuarios fueron subastados.

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